miércoles, 30 de diciembre de 2015

Mandamientos gánicos (1968)

Habitantes del planeta, yo Federico Manuel Peralta Ramos, me dirijo a ustedes para comunicarles los mandamientos de una nueva religión que he inventado

1) Ser gánico (*)
2) Hay que irse a los bofes
3) A Dios hay que dejarlo tranquilo
4) Perder tiempo
5) No perder tiempo
6) Regalar dinero
7) No distraerse
8) Ampliar la esencia hasta llegar al halo
9) Vivir poéticamente
10) Hacer programas aburridísimos
11) Tratar de divertirse todo el tiempo
12) Creer en el gran despelote universal, tomar como punto de referencia eso
13) No endiosar nada
14) Superar lo controlable
15) Superar el plano físico
16) Jugar con todo
17) Darse cuenta
18) Creer en un mundo invisible, más allá del plano físico, más allá de los lejos y de los cerca
19) Hay que andar liviano en este mundo, o no
20) Provocar movimiento
21) Despreciar todo
22) No mandar
23) Flotar

Si no tienen ganas no cumplan con ninguno.
(*) Ser gánico significa hacer siempre lo que uno tiene ganas.

Clavar esto con una chinche en la pared.


Federico Manuel Peralta Ramos

jueves, 19 de noviembre de 2015

Querido blo dos puntos



Volvamos a aclarar los tantos, por si las moscas: yo no tengo un blog, ni un blo. Voy a tenerlo, sí, algún día, pero hoy lo que se dice hoy no lo tengo. Aunque acá arriba diga que este es el blo de Miguel Wald, eso en realidá debe entenderse como subordinado, por así decirlo, a la idea de que Algún día vua tener un blo, que es el título principal, e’cir, que quiere decir que el blo que voy a tener algún día va a ser el blo de Miguel Wald, pero que ser, ahora, no es, y lo que aquí va constando por escrito no son más que textos que voy escribiendo pa’l blo que algún día vua tené. Que es maomeno lo mismito que dice acá nomás, a la derecha desto.


Visto de otro modo, o en otra habitación, esto que algún día va a ser un blo no es más que uno de los estantes públicos de mi biblioteca (o sea, del universo, borges mediante). Un estante público  junto al cual alguien pasa, se detiene, mira un poquito, baja un libro, o abre una entrada, lo lee, la lee, vuelve a dejar el libro en el estante, cierra la entrada, agarra otro de los libros, o no, abre otra entrada, o no, y así. A algunos yo los veo hacerlo, porque escriben sus propios comentarios en mis libros, en mis entradas. Y a algunos de esos algunos los conozco de algún lado, y otros me parecen palabra conocida, pero no termino de reconocerlos, y a otros simplemente no los conozco, pero me gusta que todos lean los libros, las entradas, que a mí me gustan, y que escriban en ellas, con ellas, contra ellas.  Me hace sentir cerca de ellos, o, más bien, con ellos, en ese mismo momento, aunque no se trate del mismo momento en el tiempo, pero ¿no lo será? ¿No habrá lugares, instancias, en los y las que el tiempo no depende de lo cronológico, sino del encuentro en el espacio? Si es que esto de Internet es un espacio, claro.

Pero, bueno, en to caso, eso puede ser  tema de otra charla, querido blo. Lo que quería en esta era aclarar esos otros tantos de los que te hablaba antes, aunque no sé pa qué, ni pa quién, ni importe.

miércoles, 30 de septiembre de 2015

Ciudades no aptas (1)




[Capítulo para una novela, policial, esperablemente. O quizá fragmento de capítulo para una novela. O quizá apenas fragmento. Vaya uno a saber.]

Bajó el último tramo de escaleras convencido, como siempre, de que era el último piso, y luego la calle. Como siempre, no lo era. Aún faltaba un piso, y luego la calle. Bajaba rápido, con ritmo, siempre con una breve parada en el descanso del tercero para encender el cigarrillo, pero ni siquiera la certeza de esa rutina le permitía incorporar en su memoria afectiva que aún le faltaba otro tanto, otros tres pisos. Siempre tenía la convicción íntima de que faltaban dos, y luego la calle. Muchas veces, mientras subía el tercer, el cuarto, el quinto piso, se había preguntado si tenía sentido que un detective tuviera su oficina en un sexto piso por escalera. En París, quizá. En Hamburgo, quizá.  Incluso en Nueva York, quizá. Pero, en Buenos Aires, definitivamente no. Hay ciudades aptas y otras que no. Y Buenos Aires se inscribía sin duda en el segundo grupo. Nadie subiría seis pisos por escalera por un detective al que nadie conocía. Nada de avisos en los diarios, nada de difusión por internet, nada de contactos en la policía, nada. Sólo la propia convicción en el propio talento y… eso, nada más. En cuanto a lo del sexto piso por escaleras… él sabía las razones y sabía que eran válidas, pero eso no cambiaba los hechos. De todos modos, si un posible cliente podía no contratarlo por el único y miserable detalle de tener que subir, quizá una sola vez en su vida, seis pisos por escalera, no podía considerarse un verdadero cliente, sino sólo alguien que andaba queriendo ver, buscando precios, visitando el mercado. Y él no era un producto de mercado.

viernes, 14 de agosto de 2015

Teorías



Dice Steiner, George, que la sola idea de una teoría general de la traducción es poco más que una ilusión (una sombra, una ficción, pero eso no lo dice).

Dice que no existe la traducción en abstracto y que una teoría general de la traducción no es, a fin de cuentas, mucho más que un simple catálogo de prácticas individuales.
 
Me pregunto, entonces, si es acaso posible hacer un catálogo de la traducción que abarque todas sus prácticas, todas sus posibilidades.

Me pregunto, digo, con Borges, si es posible hacer un mapa del universo que no sea tan grande como el universo mismo.

Y me digo que no, que me parece que no.

Pero me quedo con Girondo, Oliverio: yo no aseguro nada, he dicho me parece.

sábado, 8 de agosto de 2015

Juana Bignozzi (1937-2015)

En otra vida yo miraba desde la ventana de un bar...


en otra vida yo miraba desde la ventana de un bar
cómo la tormenta aplastaba las flores azules contra los cordones
contra las paredes
y por ese momento único de la juventud que dura muy poco
supe que nunca olvidaría esa escena en que nada aparecía
de lo que amaba me interesaba o temía
ni novios ni odios ni otros poetas ni revistas de opinión ni
secretarios de barrio ni amigos imbuidos de una colonizada cultura pavesiana
sólo las flores azules y la lluvia
recuerdo el nombre del pueblo la hora y esa lluvia
que nunca en las décadas que siguieron confundí con alguna otra


                                          Juana Bignozzi, "La ley tu ley"

viernes, 24 de julio de 2015

Del jilguero y otros saurios



Es el verano del 2002 en Barcelona, el invierno del 2002 en Buenos Aires, pero sucede que estoy en Barcelona, así que es el verano. En un gótico departamento del barrio gótico de la ciudá, en el que viven tres traductores (dos traductoras y un traductor, o sea, tres traductor@s, o tres traductorxs, o tres tristes tigres), se hace una reunión de más de lo mismo, es decir, de traductores, traductoras, traductoros, traductor@s, traductorxs… ufff, mejor en catalán, que no lleva esa “e” tan discutida en estos tiempos: traductors. Vaya uno a saber por qué, me incluyen entre los invitados. Voy, claro. La reunión transcurre por los carriles habituales de estas reuniones (que tampoco tengo muy claro cuáles son) hasta que, para enfrentar el atisbo de tedio que empieza a apoderarse de la noche, mi primo Xosé dice: “¿Hay algún drae en la casa?”. Valga aclarar que entre traductors no se habla de “el diccionario de la Real Academia”, ni de “un diccionario”, ni de “EL diccionario”, ni de na por el estilo: es el drae y sanseacabó, y to mundo sabe de qué se está hablando (algunos lo escriben con mayúscula, pero es pagar por el chancho mucho más de lo que el chancho vale, así que acá va con minúscula y sanseacabó). Ls trs traductors residents de la casa se ponen inmediatamente de pie, como impulsados/as/@s/xs  por un resorte. Cada uno va a su habitación y trae, naturalmente, su ejemplar. “Claro”, dice mi primo. “En una casa de trs traductors, hay trs draes”.
Pero, se me dirá, ¿en qué puede un drae (o tres) ayudar a combatir el tedio? Xosé tiene la respuesta. Busca la palabra “jilguero” y empieza a leer lo que dice el mamarracho. El atisbo de tedio desaparece. Hemos salvado la noche. Podemos abrir otro rioja, o un ribera, o lo que sea, que ya no me acuerdo, porque ya no es el verano del 2002 en Barcelona, sino el invierno del 2015 en Buenos Aires, el verano del 2015 en Barcelona, pero sucede que estoy en Buenos Aires, así que es el invierno.

Pero volvamos al drae, el jilguero y el jolgorio. Dice el drae del animalito ese: “Pájaro muy común en España, que mide 12 cm de longitud desde lo alto de la cabeza hasta la extremidad de la cola…”. Va de suyo, claro, que si desde lo alto de la cabeza hasta la extremidá de la cola el bicharraco en cuestión resulta que mide 11 cm, o 13, es otro pájaro, porque el jilguero de verdá, el posta-posta, el fetén-fetén, mide 12. Ni más ni menos. Lo dice el drae. Así que la próxima vez que salgan a avistar jilgueros, háganlo con un centímetro, p’asegurarse. No vaya a ser cosa.
Pero la definición sigue: “ Tiene el pico cónico y delgado, plumaje pardo por el lomo, blanco con una mancha roja en la cara, otra negra en lo alto de la cabeza, un collar blanco bastante ancho…”. ¿“Bastante” ancho? Dicen que los diccionarios presentan definiciones, pero ¿bastante? ¿Cuánto es “bastante”? Creo que me quedo con lo de los 12 cm. Al menos, define.
Y sigue: “Es uno de los pájaros más llamativos de Europa”. Parece que en Europa hay pájaros llamativos y pájaros insulsos, de esos que los mirás y casi ni te das cuenta, no te dicen nada. Bueno, si ven uno de esos, no es jilguero. Puede ser un cóndor, un pterodáctilo o un colibrí, pero jilguero no. Lo dice el drae. O lo da a entender.
Sigue: “Se domestica fácilmente, canta bien, y puede cruzarse con el canario”. Gracias al drae, uno se entera de que el jilguero es un pájaro fácil de domesticar. Como el caballo. Supongo que además vuela más alto que el caballo, pero no sé, porque eso no lo dice. Y además… ¡puede cruzarse con el canario! Y sí, mimagino que es más fácil cruzar un jilguero con un canario que con un elefante, o con un hipopótamo, sobre todo si se van a dar vuelta en la cama, porque… ¡pobre jilguero!

Pero ya que estamos con animales, vayamos a otro: “perro”. Y entre las opciones que da el drae, está “perro chino”: “El que carece completamente de pelo y tiene las orejas pequeñas y rectas, el hocico pequeño y puntiagudo y el cuerpo gordo y de color oscuro”. Toda una definición. Ciencia pura. Si lo veo en la calle, lo reconozco seguro, extiendo el índice en su dirección y digo, confiado y didáctico: “Ese es un perro chino; lo reconocí por el drae”.

Y del “burro” dice que es un animal “muy sufrido”. ¡Muy sufrido! Ay, vecina, si usté viera lo sufrido que es el burro, pobrecito, siempre de acá para allá, cargando cañas, niños, extraños, leños… es todo un solípedo el burro, viera, vecina.

Busco “pollera”: “lugar en que se crían los pollos”, “especie de cesto”, “andador en forma de campana”… y por abajo, muuuuuy por abajo, en ese lugar en el que uno ya no busca porque se hartó de encontrar definiciones de cualquier cosa menos de lo que pa uno es una pollera, dice que también es una falda. Menos mal. Ya empezaba a pensar que en la academia criaban pollos entre las piernas de mujeres y escoceses.

Balcón: “hueco abierto al exterior desde el suelo de la habitación, con barandilla por lo común saliente”. ¿Y el hueco abierto al interior cómo se llama? ¿Pozo? ¿Balcón es antónimo de pozo? Y eso de “desde el suelo de la habitación” no me queda del todo claro. Si está abierto desde el techo, ¿qué es?

Bueno, mejor veamos las definiciones de los colores. Azul: “del color del cielo sin nubes”. ¿De día o de noche? Y si hay nubes, pero no cubren todo el cielo, ¿lo que se ve del cielo no es azul? Además, el cielo de invierno, al menos por aquí, no tiene el mismo color que el del verano. Uno de los dos, entonces, no es azul. ¿Cuál? Mejor busco otro color, uno más fácil. Rojo: “encarnado muy vivo”. ¿Encarnado? Busco. “De color de carne”. Y en “carne” el drae habla también de “carne blanca”, por lo que supongo que la carne blanca es encarnada, o sea, la carne blanca es roja. Lo dice el drae. O lo da a entender.

Mejor vuelvo a los animales. Busco “toro”: “macho bovino adulto”. Supongo que en “vaca” dirá “hembra bovina adulta” o algo así. Dice “hembra del toro”. No, no, pero estaba en lo gracioso, no en lo discriminatorio y sexista, hasta p’hablar de animales, que es el drae, que de eso podemos hablar otro día.

¿Se va entendiendo por qué cuando hablo a veces de la Real Academia, me refiero a ella como “cacademia”? ¿No? Pues otro día podemos retomarlo para hablar, como decía, de discriminación (de todo tipo), o de autoritarismo, o de ideologización, o de subjetividades, o de… en síntesis, del drae.

Pero otro día.

martes, 7 de julio de 2015

El grillo

Música porque sí, música vana
como la vana música del grillo;
mi corazón eglógico y sencillo
se ha despertado grillo esta mañana.

¿Es este cielo azul de porcelana?
¿Es una copa de oro el espinillo?
¿O es que en mi nueva condición de grillo
veo todo a lo grillo esta mañana?

¡Que bien suena la flauta de la rana!
Pero no es son de flauta: en un platillo
de vibrante cristal de a dos desgrana

gotas de agua sonora. ¡Qué sencillo
es a quién tiene corazón de grillo
interpretar la vida esta mañana!



                                         Conrado Nalé Roxlo, 1925

martes, 9 de junio de 2015

Imprevisibilidades




Dice Diego Fischerman en su Después de la música. El siglo XX y más allá que en la música tonal “el desarrollo es una especie de embudo donde, a medida que se avanza, las posibilidades se hacen menores y más obligadas, hasta llegar al inevitable final”, y que el efecto final “descansa en la previsibilidad relativa”.


Me gusta eso de la previsibilidad relativa, algo así como que todo en una obra (al menos, en una de música tonal) es esperable, previsible, o que podría serlo, pero que, a la vez, eso es relativo, o sea, que sí, pero que no. Y me parece que pasa lo mismo en toda forma de arte. Todo es en cierta manera previsible, todo sucede dentro de las reglas, no solo en la música: también en la pintura, en la que todo sucede dentro de los códigos de color o de valor; o en la literatura, en la que todo sucede dentro del código de la lengua, es decir, de acuerdo con las reglas de la lengua. Y no.


Y sigue Fischerman diciendo que “si el rumbo de dilaciones, modulaciones y fraccionamientos progresivos (…) no se sigue en absoluto, la obra resulta sencillamente mal construida. Si el rumbo es seguido al pie de la letra, la obra es pobre”. 


Y, claro, lo mismo pasa, decía, en la literatura, en la que si el rumbo de dilaciones, modulaciones y demás no se sigue, la obra resulta mal construida, y aburre, o no se sabe de qué habla, o para qué se cuenta; pero si, en cambio, se lo lleva al extremo, como en el Quijote o el Ulises, pero sin quebrarlo al punto de la disolución, la obra puede resultar excelsa. Claro que no por el solo hecho de llegar a ese extremo será excelsa (no toda obra que lleva al extremo los procedimientos de la palabra y la escritura es el Quijote, el Ulises). Pero quizá. Quizá.


Pienso también, claro, en Mahler. Y en Wagner y su Tristán, al extremo casi de la disolución de la tonalidad. Y pienso también en las esculturas de Giacometti, al extremo casi de la disolución de la figura humana. Dentro de una estructura jerárquica estricta (la tonalidad lo es, la figura humana lo es), esos tipos (digo Giacometti, digo Wagner, digo Mahler, digo…), esos tipos crean, gracias a su genio personal, la imprevisibilidad, la tensión absoluta, definitiva. O sea, el acorde de Tristán, la multiplicidad de voces simultáneas del Ulises, la luz en la sombra, la sombra en la luz de Rembrandt. Esos tipos.

La previsibilidad relativa que, por relativa, es imprevisible. Me pregunto entonces si eso que dice Fischerman de la música tonal no es lo que pasa inevitablemente en toda forma de arte y, acaso, en toda forma de relación humana, en toda forma de existencia. La previsibilidad relativa y contingente de toda relación. Como si el arte se pareciera, una vez más, a la vida. O como si el arte fuera, digo, una vez más, la vida. 


(Ilustraciones: Itati Acuña)
No sé bien por qué escribo esto, pero también sí, lo sé, porque sé que lo escribo en días de fiesta y celebración para la lengua, para las lenguas: se acaba de publicar una nueva traducción del Ulises de Joyce en castellano. No la he leído aún, pero quiero celebrar el hecho de que una nueva voz vuelva a conversar con la del irlandés y haga rebotar, entre ecos, más ecos, nuevos, renovados ecos, su palabra.