miércoles, 11 de junio de 2014

Deberes

A veces me pregunto si sirve de algo la Real Academia Española, si sirven de algo las academias de la lengua en general. Y las pocas, muy pocas veces en que me respondo que quizá sí, que quizá sirven, me pregunto si sirven así como son, así como están.

Porque las academias suelen ser antros de veneración del pasado de la lengua, de una edad de oro que, para ellas, no es esta, sino alguna anterior, y niegan sistemáticamente la desbordante realidad del presente, además de rechazar casi todo aquello que no se ajuste a sus suposiciones anticuadas, y solo admiten e incluyen en sus libracos ostentosos ciertos cambios a regañadientes y muy, muy tarde, cuando esos cambios ya llevan un siglo o más instalados plenamente en el idioma vivo. En todos los niveles del idioma vivo. Porque las academias suelen decir que se basan en la lengua de los hablantes cultos, pero en realidad eso tampoco suele ser así.

Me refiero, por poner un ejemplo notable entre muuuuuuchos posibles, a la actitú que tienen con respecto al verbo “deber” y la preposición “de”. Pa los cacadémicos (y los acólitos cacademicistas), hay que usar la preposición “de” después del verbo “deber” para indicar probabilidad o suposición, y no usarla si lo que se quiere es indicar obligación. Oséase, porjemplo:
- «Debo hacer esto» (e’cir, tengo la obligación de hacerlo). 
«Se está quedando dormido. Debe de estar muy cansado» (e’cir, supongo que está cansado).

Pero en verdad eso es así, quizá, solamente en una región mínima del universo de habla castellana, una región que no supera el 10% de los hispanohablantes: España; pero no lo es, hace ya muuuuuucho tiempo, para casi el 90% de los hablantes: prácticamente toda la América hispanoconversante. En América Latina ese uso es, hace ya muuuuuuchos años, variable, dado que en algunos lugares es exactamente a la inversa, e’cir, “deber de+infinitivo=obligación” y “deber+infinitvo=probabilidá”, y en otros lugares “deber de” simplemente no se usa. Nunca. Bueno, casi nunca. Porque lo triste es que algunos académicos de este lado del Atlántico sostienen lo mismo que la RAE, y eso resulta más preocupante, porque es fácil comprobar que entre los más grandes escritores del castellano de toda América lo que dicen las cacademias no se verifica hace ya mucho, mucho tiempo: ninguno de los mejores autores latinoamericanos del siglo XX usa la preposición “de” después del verbo deber para indicar probabilidad.

-   «Esa criatura debe tener el diablo metido en el cuerpo, y no está lejos el día en que le retuerza el gañote». (Adán Buenosayres, Leopoldo Marechal) 
-   «(...) y la plata que va cayendo peso a peso, en el bolsillo de su hija, que ya debía estar bien lleno». (El lugar sin límites, José Donoso) 
-   «No, no tenían anillos en los dedos; debían ser novios o algo». (La muerte de Artemio Cruz, Carlos Fuentes) 
-   «“Muy mal deben andar las cosas”, dijo, “y yo peor que las cosas, para que todo esto hubiera ocurrido a una cuadra de aquí y me hayan hecho creer que era una fiesta”». (El general en su laberinto, Gabriel García Márquez) 
-   «Puedes ahorrar este gasto en mi homenaje. Tampoco revestirlos con espejos que dan una visión falsa de las cosas. Esos espejos deben ser los que se tomaron a los correntinos años ha, durante el sitio de su ciudad. Devuélvelos a sus dueños (...)». (Yo el Supremo, Augusto Roa Bastos) 
-   «Nora lo encontró más viejo de lo que había esperado en un amigo de Lucio. Debía tener por lo menos cuarenta años (…)». (Los premios, Julio Cortázar) 
-   «Fue al este a comprarnos alimentos frescos. Odia las latas más que nosotros. Y nunca nos falla, debe estar por volver». (Cuando ya no importe, Juan Carlos Onetti) 
-   «Tú te debes acordar de él, pues fuimos compañeros de escuela y lo conociste como yo». («Acuérdate», en El llano en llamas, Juan Rulfo) 
-   «Apetecían la venganza, y la venganza debió parecerles inalcanzable». («El incivil maestro de ceremonias Kotsuké No Suké», en Historia universal de la infamia, Jorge Luis Borges)

Leopoldo Marechal, José Donoso, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez, Augusto Roa Bastos, Julio Cortázar, Juan Carlos Onetti, Juan Rulfo, Jorge Luis Borges… ¡¿Quién falta?!

Y hay ejemplos también en obras más antiguas, como Una excursión a los indios ranqueles, de Mansilla, que es de 1870.

- «Este relato debe conservarse indeleble en la memoria de Garmendia; porque esa noche, después me dijo varias veces que si no pensaba escribir aquello». 
- «Indudablemente, debe haber una enfermedad que los médicos no conocen, proveniente de la impaciencia de esperar gente a comer». 
- «Debemos estar por llegar-dijo Mora-; voy a ver, mi Coronel».

Y hasta en el Facundo de Sarmiento, que es de 1845:

«Este canto me parece heredado de los indígenas, porque lo he oído en una fiesta de indios en Copiapó, en celebración de la Candelaria; y como canto religioso, debe ser antiguo, y los indios chilenos no lo han de haber adoptado de los españoles argentinos».

En los últimos años la Academia ha empezado a decir (a regañadientes y muy, muy tarde, como decía) que “la lengua culta admite también el uso sin preposición”, pero es notable la forma en que lo hace, porque lo dice así, e’cir, como si hubiera una forma correcta y otra que es “también” admisible… cuando en realidá esta última es prácticamente la única que se usa. 

Y entonces, si el 90% de los hispanohablantes (excepto algunos académicos, algunos dizque lingüistas y algunos traductores) usamos el verbo deber sin preposición y los mejores escritores de este lado del Atlántico vienen haciendo lo mismo hace más de cien años, ¿por qué las academias se empeñan en sostener una forma lingüística que es apenas un vestigio?

Ejemplos como este abundan entre las veleidades dizque lingüísticas de las academias. Allá ellos con sus reglamentos y sus códigos legislativos (que no otra cosa son). Yo me quedo con ese idioma en el que uno que, según la leyenda, escribía con innumerables “faltas de ortografía”, decía: “Rajá, turrito, rajá”.

Todo eso, decía, se me ocurre las pocas veces que me pregunto si sirven de algo las academias de la lengua, porque, en general, no me lo pregunto, porque, en general, pienso que no, que no sirven de nada. O quizá sí, quizá de algo sirven: de estorbo y gasto.

3 comentarios:

TEXTO SENTIDO dijo...

Yo creo que hay ambigüedades a las que definitivamente somos afectos. Una es esta del deber. Otra, la de poder: "¿Puedo tomarme un café?" ("Y, si tenés boca --y un café--, ¿por qué no vas a poder?"). Para no hablar de la de querer (¿Me querés? ¿Para qué me querés? ¿O me amás?). En fin, siempre tendremos conflictos con lo que se quiere, lo que se debe y lo que se puede, y pretender suturarlos con dos letritas de mierda --por más que la RAE insista-- es como tapar la luna con el pulgar y pensar que la hicimos desaparecer. ¿No halla, don?

TEXTO SENTIDO dijo...

Hoy duermo tranquila. No importa que me publiques o no el comentario: tu blog me asegura que no soy un robot. Una duda menos.

Unknown dijo...

"Heste comentario, é de los má mejores que E lido......"
Mas, la defensa del idioma es trascendente. ¡¡¡ A POR ELLO !!!