miércoles, 11 de septiembre de 2013

Chile



“Trabajadores de mi Patria, tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo en el que la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor”.

                                                                   Salvador Allende, 11-9-1973

viernes, 6 de septiembre de 2013

Querido blo dos puntos



Han pasado poco más de diez días desde la última vez que hablamos, o sea, desde la última vez que hablé con vos, y empiezo a preguntarme si no debería volver a darte un poco de charla. De charla escrita, como la que mantenemos aquí, digo. El diccionario cacadémico dice que las charlas son orales, no escritas, pero creo que cualquiera sabe que charlar se charla de infinidad de maneras, y una de ellas es la escrita, o, mejor dicho, varias de ellas son escritas. Porque la idea de charlar no tiene que ver, creo, entiendo, con el medio utilizado, sino con el estilo de la comunicación, y dijcué de todo, ¿qué hacemos, si no, vos y yo por aquí? Porque no se puede decir que las que voy dejando, las que vos y yo vamos dejando en este lugar, sean propiamente reflexiones. A veces lo son, a veces no, a veces no, a veces no…

Son lo que son: anotaciones de diario de viaje, bitácora del que siempre quiso ser el capitán Kirk, pedazos de papel con retazos de palabras, quéséyo, eso, y más, y menos.

Nunca sé si está bien que a veces te deje, querido blo, esos poemas que te dejo como si los pegara en la puerta de la heladera. Nunca sé si te quedan bien a vos, si quedan bien en vos, querido blo, pero lo que pasa es que a veces siento que necesito dejarlos acá, que me estoy mediolvidando de esos poemas, o de esos textos, y tengo que estampártelos a vos para volver a traerlos, para volver a tenerlos. Esos textos me habitan desde siempre, o algunos quizá desde hace poco, que también es siempre, y me gusta sentir que siguen haciendo ecos en mí, me gusta sentir que sus palabras siguen creando reverberaciones, y que la voz con la que hablan, que es la misma voz con la que hablo, está cargada de la belleza del idioma, la belleza de la palabra en castellano.

Y pienso entonces en la voz, la palabra, del inmensísimo Pablo Neruda, el chileno que nos hace a todos chilenos (como Pablo de Rokha, claro, y como Huidobro, claro, y como Gonzalo Rojas, claro, y como la Violeta, claro, y como tantos, pero estaba hablando de don Pablo): “Se llevaron el oro y nos dejaron el oro… Se lo llevaron todo y nos dejaron todo… Nos dejaron las palabras”. ¿Te acordás de ese texto, querido blo? Es de los lindos pa decir en voz alta, y de los lindos pa leer en silencio también. Acá lo dejo. Dice todo. Todo.

Todo lo que usted quiera, sí señor, pero son las palabras las que cantan, las que suben y bajan... Me prosterno ante ellas... Las amo, las adhiero, las persigo, las muerdo, las derrito... Amo tanto las palabras... Las inesperadas... Las que glotonamente se esperan, se acechan, hasta que de pronto caen... Vocablos amados... Brillan como piedras de colores, saltan como platinados peces, son espuma, hilo, metal, rocío... Persigo algunas palabras... Son tan hermosas que las quiero poner todas en mi poema... Las agarro al vuelo, cuando van zumbando, y las atrapo, las limpio, las pelo, me preparo frente al plato, las siento cristalinas, vibrantes, ebúrneas, vegetales, aceitosas, como frutas, como algas, como ágatas, como aceitunas... Y entonces las revuelvo, las agito, me las bebo, me las zampo, las trituro, las emperejilo, las liberto... Las dejo como estalactitas en mi poema, como pedacitos de madera bruñida, como carbón, como restos de naufragio, regalos de la ola... Todo está en la palabra... Una idea entera se cambia porque una palabra se trasladó de sitio, o porque otra se sentó como una reinita adentro de una frase que no la esperaba y que le obedeció... Tiene sombra, transparencia, peso, plumas, pelos, tiene de todo lo que se les fue agregando de tanto rodar por el río, de tanto transmigrar de patria, de tanto ser raíces... Son antiquísimas y recientísimas... Viven en el féretro escondido y en la flor apenas comenzada... Qué buen idioma el mío, qué buena lengua heredamos de los conquistadores torvos... Estos andaban a zancadas por las tremendas cordilleras, por las Américas encrespadas, buscando patatas, butifarras, frijolitos, tabaco negro, oro, maíz, huevos fritos, con aquel apetito voraz que nunca más se ha visto en el mundo... Todo se lo tragaban, con religiones, pirámides, tribus, idolatrías iguales a las que ellos traían en sus grandes bolsas... Por donde pasaban quedaba arrasada la tierra... Pero a los bárbaros se les caían de las botas, de las barbas, de los yelmos, de las herraduras, como piedrecitas, las palabras luminosas que se quedaron aquí resplandecientes... el idioma. Salimos perdiendo... Salimos ganando... Se llevaron el oro y nos dejaron el oro... Se lo llevaron todo y nos dejaron todo... Nos dejaron las palabras.